jueves, 4 de agosto de 2016

Día 10: Villa de Leyva - Barbosa

-Villa de Leyva, Boyacá-
Los dos días que pase en Villa de Leyva después de cuatro jornadas de pedaleo desde que dejé la Laguna de Tota el domingo 19 de junio fueron de descanso, de reconocer una población que varias veces en otra época de mi vida me había acogido afectuosamente. Y esta vez no fue diferente, el carisma de su gente y esa hidalguía cargada de historia que se respira bajo su cielo, convierten a esta ciudad colonial en un destino único.



-Con mi amigo Yiyo, Villa de Leyva-
La noche anterior a mi partida compartí con mi amigo Yiyo y su novia Carol que venían de paso en su moto camino a Bogotá desde Bucaramanga, fue un encuentro muy reconfortante. Había pasado todo el día pedaleando por las empedradas calles de la Villa y luego caminando, haciendo fotos y visitando anticuarios, tiendas, comercios y restaurantes que aparecen por todas partes.

Villa de Leyva ofrece una especializada y cosmopolita oferta de restaurantes y cafés al visitante. Se puede saborear comida típica del altiplano y del país, así como internacional. Para un fanático de las pastas como yo, la oferta estuvo más que completa.

-Al fondo Villa de Leyva-
Pero llegó la hora de volver a la carretera y para el  mediodía ya estaba en camino a la meta de ese día:  La ciudad de  Barbosa en el límite entre Boyacá y Santander.

Para salir de Villa de Leyva a Barbosa se pueden tomar tres rutas siendo la más larga la que pasa por Sutamarchan y Chiquinquira, que implica regresar al desvío de la vía por la que dos días antes había recorrido desde Tunja. Las otras dos rutas salen a las poblaciones de Arcabuco una y de Moniquira la otra.



Después de sopesar distancias, dificultad de la ruta y características del paisaje, me decidí por la que va hasta Arcabuco, que recorre los alrededores del Parque Nacional de Iguaque y pasa por la entrada a la cascada de La Periquera, majestuoso balneario conectado con los astros.

La población me despidió con una tupida lluvia que para nada aplacó mi intención de regresar a la ruta, a recorrer más kilómetros esta vez por una carretera secundaria que alguna vez estuvo asfaltada.

Al ir dejando Villa de Leyva atrás, sentía como si al mismo tiempo estuviese dejando Boyacá pese a que no sería hasta esa tarde cuando arribara a Barbosa, que estaría saliendo de ese departamento. La carretera transcurría por sendas relativamente empinadas con tramos planos ocasionalmente y algunos descensos, pero la constante era la escalada, como para no perder la costumbre. Como ya comenté, en mis épocas de universitario en Bogotá en los años noventa, acostumbraba visitar Villa de Leyva en compañía de amigos al inicio de las vacaciones de fin de año y siempre caminábamos hasta la entrada de la mencionada cascada de La Periquera, recuerdo esas marchas con morrales, camping y sacos de dormir siempre en pie de rumba y al mismo tiempo en busca de sosiego y reflexión.

-Desvío-
Fue muy bonito pedalear esa carretera recordando una casa o el portal de una finca como esperando ver a algunos de mis amigos recostado tomando aire o preguntando si faltaba mucho. Miraba los árboles e imaginaba cuales de ellos ya estaba hace veinte años y cuáles serían "nuevos", reflexionando acerca del paso del tiempo y de cómo muchos de mis ideales de aquella época siguen intactos en mi ser.

Sin embargo esas reflexiones tan especiales, no hacían más fácil el camino, con un sol ardiente y en ocasiones lloviznas y heladas corrientes de viento, seguía pedaleando sin descanso, había salido un poco tarde de la población y no quería llegar de noche a Barbosa. Eso si las paradas para capturar imágenes e hidratarme seguían siendo frecuentes.

-Vía a Arabuco, paisajes-
Pasado el desvío a La Periquera me fui acercando a otras pendientes más pronunciadas que con el tiempo configuraron lo que todos por esas tierras de ciclistas conocen como el Alto del Volador, otro de esos premios de montaña que aparecía en mi camino. Se dice que la montaña enaltece al ciclista e hincha su espíritu y seguro que así es y los colombianos lo sabemos muy bien, y la razón es por el gran esfuerzo físico y mental que implican. Este alto no fue la excepción, tras una curva empinada venía otra y otra más y así por espacio de 7 kilómetros hasta llegar al Alto donde ya se escuchaban los sonidos de la carretera central que comunica a Barbosa con Tunja, ya estaba cerca de Arcabuco y lo mejor, en descenso.
-Arabuco-
Llegué a Arcabuco a las 4 de la tarde después de 28 kilómetros por carretera destapada desde Villa de Leyva. Las montañas y valles de Boyacá parecían haber quedado atrás, esos hermosos paisajes que mientras escribo esto casi tres semanas después, siguen intactos en mi cabeza con su infinita gama de matices verdes y azules. Pero Boyacá me iba a despedir de otra manera, ya me enteraría media hora después.


La salida de la carretera destapada por la que venía a la central es bastante pintoresca: sauces y arbustos de tierra muy fría se abren a la ruta y aparece una población que parece silente y desolada, el lugar donde hacen las mejores almojábanas del mundo.


Me senté en una cafetería a la orilla de la vía y pedí una aguapanela con queso y almojábana de cuajada!! Si, esa delicia existe. Mientras esperaba que trajeran mi pedido caí en cuenta de que semana y media antes había estado a tan sólo 17 kilómetros de esta población pero en las montañas cuando visite la casa del gran Nairo Quintana. Recordé también que en Arcabuco era donde estudiaba el pedalista y que de hecho esta población es tan hogar de Nairo como su Cómbita natal.


Con esos pensamientos y después de charlar animadamente con algún lugareño y responder a las inevitables preguntas de siempre: "¿de donde viene?", "¿para donde va?", "¿hace cuánto está viajando?" o "¿acostumbra a hacer esto con frecuencia?" a las que siempre respondo con una mezcla de entusiasmo y agradecimiento, subí a la bici bien protegido del frío y el viento para encarar la segunda parte de la ruta de ese día: Arcabuco - Barbosa vía Moniquira..

Eso es bajando me dijo la señora de las almojábanas, y seguro que lo sabía. Durante años he recorrido esa ruta en bus y en carro tanto de pasajero como al volante, de hecho dos semanas antes la había recorrido en el automóvil de mi amigo Ringo cuando este me llevaba a Tunja para iniciar esta Travesía.

Pero una cosa es viajar esas tierras a bordo de un bus o manejando carro e incluso en motocicleta como lo hice en varias oportunidades diez años atrás, y otra en bicicleta, la experiencia es muy diferente. Arcabuco esta ubicado a 2575 metros sobre el nivel del mar, casi en la punta del Altiplano Cundiboyacense 33 kilómetros antes de dejar Boyacá. Por su parte Barbosa esta a 1610 m.s.n.m, se trataba pues de un descenso de casi mil metros.

La carretera atraviesa un valle amplio  circundado por enormes montañas que unos kilómetros después de dejar Arcabuco se cierran sobre la via en forma de dos gigantescas murallas de roca y vegetación. El sobrecogedor paisaje lo complementa un río que corre a la derecha, cuando se va para Moniquira, un curso de agua helada que siempre me ha parecido sacado de un cuento de Chejov.

Eran 33 kilómetros los que me separaban de Barbosa y emprendí la pedaleada animoso y ebrio de emoción. Al fondo los nubarrones negros encapotaban el cielo. Una vez dejé atrás Arcabuco y rodando por una concurrida carretera, hizo su aparición el mal tiempo, una incipiente lluvia fue dando paso a una precipitación que en menos de nada se convirtió en chaparrón y en tormenta con rayos y truenos.


A sacar la garra, "que se te note el kilometraje viejo herni" me decía mismo, animándome, llenándome de energía. Pedaleando en medio de acantilados y con la quebrada a mi derecha cada vez más profunda, la tormenta convirtió la ruta en una experiencia bastante riesgosa. Sin lugar para resguardarme bajo rayos y truenos y con el agua que salía de la llanta delantera saliendo disparadas contra mis ojos, incremente el pedaleo consciente de que era lo único que podía hacer: pedalear duro y concentrado para no resbalar y caer a la cuneta o por la presión de los vehículos de todo tipo que circulaban sin mucha visibilidad en ambas direcciones.

-Llegando a Moniquira-
La tormenta aceleró la caída de la noche y para cuando llegué por fin a Moniquira, ya el sol se estaba ocultando tras las montañas de Santander. De Moniquira a Barbosa no son más de 10 kilómetros y los recorrí corriendo contra la oscuridad sintiendo ya el ambiente de las tierras santandereanas. En Barbosa, una próspera ciudad en el límite mismo de Boyaca y Santander, me estaban esperando mis amigos Mónica y Edinson que me alojaron en el seno de su maravillosa familia ese fin de semana, pero esa es otra historia. Por lo pronto ya estaba en otra etapa de mi viaje...

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